:: Oteiza, un viaje sin canoa
[A raíz de la publicación de NOCIONES PARA UNA FILOLOGIA VASCA DE NUESTRO PREINDOEUROPEO (I). Artículo publicado en el Mundo. 1995].
Recuerdo con enorme placer aquel contestador automático y aquel teléfono rebosante de hace un par de años: Jorge Oteiza descargaba su genio, sus encendidas ideas, en el sistema telefónico de este su sorprendido admirador. Intuiciones preindoeuropeas y sucesos biográficos complicados entre la vida y la muerte, me eran servidos a domicilio. Era un privilegio que me concedió a raíz de la publicación de un artículo en este mismo periódico titulado Oteiza: Sísifo jugando al mus. Se trataba de un extenso comentario sobre su “Libro de los plagios”. Todo finalizó posteriormente con una hermosa jornada, plena de confesiones, aproximaciones y mariscos, que jamás olvidaré.
Comienzo con estos pasajes personales, para que, quien no sepa de mi admiración y reconocimiento hacia Oteiza, tenga noticia de que, en mi opinión, Oteiza es de lo mejor que nos ha sucedido a los vascos en este siglo, junto con Lizardi, Mitxelena, Barandiaran, Aresti y Laboa.
Habiendo dicho lo dicho, y habiendo dado al César lo que con evidencia aplastante le pertenece, comentemos su última publicación, que nos viene a través de Txema Aranaz, factotum de la exquisita editorial Pamiela de Iruñea. El libro en cuestión tiene varios títulos, subtítulos y contratítulos posibles: Nociones para una filología vasca de nuestro preindoeuropeo; Raíces de nuestra identidad escondidas en el euskera indoeuropeo actual (primera parte);Nuestra lingüistica actual de inconcebible pobreza y nociones para una filología vasca de nuestro preindoeuropeo; El libro blanco del preindoeuropeo...
En todo ello se anuncian dos prácticas habituales de la obra oteiziana: desvelar lo no-observado y, como buen mitologizador que es el autor, empeño de cargar de explicación y de sentido estético y mágico espacios de nuestro pasado.
Pero las promesas de portada resultan baldías. La escritura del libro repite esa increíble energía de Oteiza en su original utilización del castellano y, poco más.
Estamos, por lo demás, ante la peor producción de su pensamiento. El libro carece de todo rigor lingüistico y de cualquier otro tipo de rigor científico cuando pretende, en teoría, derrumbar toda nuestra lingüistica actual.
Sus indudables intuiciones ludopoéticas, no compensan la falacia de su “operador etimológico preindoeuropeo”, eje del libro, que, de no tratarse de Oteiza, podría ser tildado de bobada absoluta. Las derivaciones y conclusiones que escribe, son fantasías románticas que, quizás, maravillen a eternos desconocedores del euskara de la talla de Alvaro Bermejo. No obstante, intuyo que nadie que tenga en el euskara su herramienta mayor de comunicación, conceda crédito a nada de lo que en este libro se indica. Y no, precisamente, porque no nos agradaría que lo que dice Jorge fuera cierto. Bien al contrario, nuestra convivencia diglósica cotidiana sería más llevadera si fuera asistida por la fe en sus argumentos fantásticos. Desgraciadamente los euskaldunes ya sabemos que, aunque bonito, los niños no vienen de París. Oteiza nos hiere e insulta, no por ser la suya una propuesta insólita, innovadora o discutible, sino por ser planteamiento inútil que provoca, ante todo, pesadumbre. A modo de paternalista misionero, en lengua colonial nos instruye: indiecito, no tienes ni idea de lo que tienes en tu boca, no sabes lo que dices cada vez que hablas, tus chamanes son imbéciles y yo soy el Dios explicador del todo. Si desconozco algo, invento bonitamente y, ya está. Tú, querido indiecito, traga enterito mi discurso y si no eres capaz de ello, es que eres tonto, como Azkue, Mitxelena y varios más.
Actúa también Oteiza, como otros muchos prototípicos vascongados desconocedores del euskara que se distinguen por reclamarnos pureza kitsch y porque les molesta que digamos kafea en lugar de akeita, sin imaginarse siquiera que no son equivalentes. A Oteiza también le molesta como a ellos, el perverso batua, sencillamente porque él no tiene necesidad. No conoce lo que implica habitar esta lengua minorizada, incluso por él mismo, y busca ilusas mercrominas para curar el trauma idiomático tan cacareado de nuestros artistas plásticos más significados. (Léase Chillida con che, Basterretxea con che, Ibarrola con uve, etc.).
En definitiva, aunque Jorge afirme que se dirige navegando Nilo arriba, como antes jamás nadie lo había hecho, ni siquiera Robert Graves, bien es cierto que lo está haciendo sin canoa, embarcación que, por otra parte, está disponible gratuitamente, en toda variedad de modelos y colores, en cualquier euskaltegi. De intrépido viaje, nada de nada. Si acaso, Oteiza moja su culo en una plastificada piscina infantil de jardín, donde no caben cocodrilos. Nada más.
En oposición a su doloroso pero lujoso e iluminado padecimiento traumático, los indiecitos nos lo curramos, estudiamos y damos vida a diario a lo que él, Unamuno y otros colocan insistentemente en vitrinas o microscopios imaginarios. Lo demás, desgraciadamente, es solamente cháchara. Hora es de que alguien se lo diga, aunque sea desde el agradecimiento por toda su obra anterior y con riesgo de no volver a compartir nunca más lanpernas con él, en Getaria o dónde sea.
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(Una anécdota:
Al tiempo de haber publicado el artículo OTEIZA UN VIAJE SIN CANOA, y cuando ya le empezaba a flaquear la mente, Jorge me dijo: Etxeberria, me has dado bien. Me has sacudido fuerte.
Al rato, y en medio de cualquier conversación, repetía lo mismo y una otra vez. Hasta media docena de veces. Lo cierto es que no se acordaba de lo que yo había escrito. Yo, por supuesto, no insistí. Por simplificar le dije que me había molestado que llamara tonto a Mitxelena, un hombre que sabía tantos idiomas. Entonces me dijo: Lo que ocurre es que era tonto en muchos idiomas.
Sólo se quedó con la sensación y el recuerdo de que me había metido con él, asunto este que lo estimulaba mucho. Tanto, que lo celebramos de ganas: copa de Cardhu y cigarro Don Julián. Número 1, por supuesto. A Begoña, su cuidadora, casi le dió un patatús).
Hasier Etxeberria, 1995
[A raíz de la publicación de NOCIONES PARA UNA FILOLOGIA VASCA DE NUESTRO PREINDOEUROPEO (I). Artículo publicado en el Mundo. 1995].
Recuerdo con enorme placer aquel contestador automático y aquel teléfono rebosante de hace un par de años: Jorge Oteiza descargaba su genio, sus encendidas ideas, en el sistema telefónico de este su sorprendido admirador. Intuiciones preindoeuropeas y sucesos biográficos complicados entre la vida y la muerte, me eran servidos a domicilio. Era un privilegio que me concedió a raíz de la publicación de un artículo en este mismo periódico titulado Oteiza: Sísifo jugando al mus. Se trataba de un extenso comentario sobre su “Libro de los plagios”. Todo finalizó posteriormente con una hermosa jornada, plena de confesiones, aproximaciones y mariscos, que jamás olvidaré.
Comienzo con estos pasajes personales, para que, quien no sepa de mi admiración y reconocimiento hacia Oteiza, tenga noticia de que, en mi opinión, Oteiza es de lo mejor que nos ha sucedido a los vascos en este siglo, junto con Lizardi, Mitxelena, Barandiaran, Aresti y Laboa.
Habiendo dicho lo dicho, y habiendo dado al César lo que con evidencia aplastante le pertenece, comentemos su última publicación, que nos viene a través de Txema Aranaz, factotum de la exquisita editorial Pamiela de Iruñea. El libro en cuestión tiene varios títulos, subtítulos y contratítulos posibles: Nociones para una filología vasca de nuestro preindoeuropeo; Raíces de nuestra identidad escondidas en el euskera indoeuropeo actual (primera parte);Nuestra lingüistica actual de inconcebible pobreza y nociones para una filología vasca de nuestro preindoeuropeo; El libro blanco del preindoeuropeo...
En todo ello se anuncian dos prácticas habituales de la obra oteiziana: desvelar lo no-observado y, como buen mitologizador que es el autor, empeño de cargar de explicación y de sentido estético y mágico espacios de nuestro pasado.
Pero las promesas de portada resultan baldías. La escritura del libro repite esa increíble energía de Oteiza en su original utilización del castellano y, poco más.
Estamos, por lo demás, ante la peor producción de su pensamiento. El libro carece de todo rigor lingüistico y de cualquier otro tipo de rigor científico cuando pretende, en teoría, derrumbar toda nuestra lingüistica actual.
Sus indudables intuiciones ludopoéticas, no compensan la falacia de su “operador etimológico preindoeuropeo”, eje del libro, que, de no tratarse de Oteiza, podría ser tildado de bobada absoluta. Las derivaciones y conclusiones que escribe, son fantasías románticas que, quizás, maravillen a eternos desconocedores del euskara de la talla de Alvaro Bermejo. No obstante, intuyo que nadie que tenga en el euskara su herramienta mayor de comunicación, conceda crédito a nada de lo que en este libro se indica. Y no, precisamente, porque no nos agradaría que lo que dice Jorge fuera cierto. Bien al contrario, nuestra convivencia diglósica cotidiana sería más llevadera si fuera asistida por la fe en sus argumentos fantásticos. Desgraciadamente los euskaldunes ya sabemos que, aunque bonito, los niños no vienen de París. Oteiza nos hiere e insulta, no por ser la suya una propuesta insólita, innovadora o discutible, sino por ser planteamiento inútil que provoca, ante todo, pesadumbre. A modo de paternalista misionero, en lengua colonial nos instruye: indiecito, no tienes ni idea de lo que tienes en tu boca, no sabes lo que dices cada vez que hablas, tus chamanes son imbéciles y yo soy el Dios explicador del todo. Si desconozco algo, invento bonitamente y, ya está. Tú, querido indiecito, traga enterito mi discurso y si no eres capaz de ello, es que eres tonto, como Azkue, Mitxelena y varios más.
Actúa también Oteiza, como otros muchos prototípicos vascongados desconocedores del euskara que se distinguen por reclamarnos pureza kitsch y porque les molesta que digamos kafea en lugar de akeita, sin imaginarse siquiera que no son equivalentes. A Oteiza también le molesta como a ellos, el perverso batua, sencillamente porque él no tiene necesidad. No conoce lo que implica habitar esta lengua minorizada, incluso por él mismo, y busca ilusas mercrominas para curar el trauma idiomático tan cacareado de nuestros artistas plásticos más significados. (Léase Chillida con che, Basterretxea con che, Ibarrola con uve, etc.).
En definitiva, aunque Jorge afirme que se dirige navegando Nilo arriba, como antes jamás nadie lo había hecho, ni siquiera Robert Graves, bien es cierto que lo está haciendo sin canoa, embarcación que, por otra parte, está disponible gratuitamente, en toda variedad de modelos y colores, en cualquier euskaltegi. De intrépido viaje, nada de nada. Si acaso, Oteiza moja su culo en una plastificada piscina infantil de jardín, donde no caben cocodrilos. Nada más.
En oposición a su doloroso pero lujoso e iluminado padecimiento traumático, los indiecitos nos lo curramos, estudiamos y damos vida a diario a lo que él, Unamuno y otros colocan insistentemente en vitrinas o microscopios imaginarios. Lo demás, desgraciadamente, es solamente cháchara. Hora es de que alguien se lo diga, aunque sea desde el agradecimiento por toda su obra anterior y con riesgo de no volver a compartir nunca más lanpernas con él, en Getaria o dónde sea.
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(Una anécdota:
Al tiempo de haber publicado el artículo OTEIZA UN VIAJE SIN CANOA, y cuando ya le empezaba a flaquear la mente, Jorge me dijo: Etxeberria, me has dado bien. Me has sacudido fuerte.
Al rato, y en medio de cualquier conversación, repetía lo mismo y una otra vez. Hasta media docena de veces. Lo cierto es que no se acordaba de lo que yo había escrito. Yo, por supuesto, no insistí. Por simplificar le dije que me había molestado que llamara tonto a Mitxelena, un hombre que sabía tantos idiomas. Entonces me dijo: Lo que ocurre es que era tonto en muchos idiomas.
Sólo se quedó con la sensación y el recuerdo de que me había metido con él, asunto este que lo estimulaba mucho. Tanto, que lo celebramos de ganas: copa de Cardhu y cigarro Don Julián. Número 1, por supuesto. A Begoña, su cuidadora, casi le dió un patatús).